lunes, 29 de noviembre de 2010

- Sin título -

Todos los hombres son hermosos e iguales
Siempre te besan el cuello despacio
Acarician tus senos, se acuestan contigo

Todos los hombres son el mismo
Están hechos de sonrisas efímeras y falsas
Unos te aman, otros no
Pero son lo mismo

Les dices mentiras y te creen, a veces
Porque ellos te besan despacio
Desgarran tu piel y tu sexo a besos
¿Y qué queda después?

martes, 23 de noviembre de 2010

La prohibición del chocolate

¿Por qué no prohibir un placer más? Yo digo que nos rebelemos en contra del chocolate antes de que ellos lo hagan por nosotros, pues es cuestión de tiempo antes de que la Iglesia o el Estado nos diga que el chocolate es algo pecaminoso o falto de moral. Dirían algo como “¡la mujer de allá es pecadora! Su penitencia: comer cuatro lechugas”. Y es que no estarían tan errados al satirizarlo; la guerra de Suez es tan solo un ejemplo de los efectos de la sobredosis de este producto: la ira irracional, la agudización de los sentidos y el empobrecimiento del juicio moral hacen del chocolate un enemigo de la sensatez que tanto distingue al ser humano, un animal tan pacífico como el oso hormiguero y tan inteligente como sólo él mismo.

No sería sorpresa descubrir que no fue una manzana la que protagonizó el problema de Adán y Eva en el Paraíso, sino una grandísima barra de chocolate, diseñada especialmente para seducir a la pareja y apurar su expulsión del Jardín del Edén. Podemos también asumir que el arsénico que mató a Napoleón se encontraba escondido de forma chocolatosa en su cena. Es evidente que el ahora común producto empaquetado bajo la amistosa marca Milky Way o M&M será la causa de nuestra perdición.

Pero ya no más seremos víctimas de la manipulación cacaótica. Después de la Revolución del Chile Mexicano en 1989, en la que se derramó sangre por el amor al picoso condimento, nuestro país quedó en la necesidad de una reforma alimenticia y no podríamos comenzarla de mejor manera que con la prohibición de aquello que tantos problemas ha traído a la humanidad a través de los siglos. Tal vez hasta podríamos darle mejores usos: el chocopote para pavimentar todas las calles de México o las chococletas como medio de transporte; es cuestión de echarle cabeza. Puedo jurar que los científicos—esos que no tienen mucho que hacer y por lo tanto juegan con experimentos ridículos—le encontrarán más de un uso al chocolate. Quién sabe, tal vez en algunos años agradezcamos a un Dr. Nombreimpronunciable de alguna universidad con un presupuesto altísimo, perfecto para despilfarrarlo resolviendo problemas ajenos, por haber descubierto la cura de la enfermedad equivalente a la influenza de su época a través de la manipulación genética del cacao o variando su manera de ser consumida (fumada, inhalada, aspirada, etc.).

Yo tengo un sueño. Sueño con un México atlético y delgado, cuyos policías puedan correr por sus donas y no tengan que pedir mordidas en los bulevares. Sueño con niños comprando espinacas con gusto, comiendo brócoli con sonrisas en sus caras y apreciando cada mordida de un buen betabel. En conclusión y aunque se enoje la Abuelita, vislumbro un México más rico—irónico adjetivo—al conjugarlo con la ausencia del chocolate.

22 Nov 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

Las Cosas de la Vida

Una cosa siempre lleva a la otra. Es lo que dicen. Y es lo que pasa. Éramos dos, besándonos. Sólo eso, apenas eso. Yo no escuchaba nada más.

No era amor, al menos aún no, aunque dudo si alguna vez lo sería. De repente algo me saca de mi trance. No es algo bonito ni sutil, pero pasa. Porque siempre pasa algo. Él se levanta, enojado. Le han quitado el protagonismo y ahora mi atención no es para él. El causante de la interrupción se mantiene al margen, tiene miedo, y mi compañero no hace más que infundirlo.
“Fue un accidente. No es que el niño haya querido pegarme con la pelota.”

No entiende razón. ¿Cómo le van a hacer esto a él? Esto ya no se trata de mí. El mundo se confabula en su contra, y gritarle a un niño de ocho, tal vez nueve años, es su versión de la justicia. Me aburre su discusión, los dos son inmaduros: cuál más, es difícil decirlo. Por fin llega un adulto maduro—o eso creía yo. A ella le importaba lo suficiente como para involucrarse. La madre del niño se ve enfurecida, no tiene mucha clase y su elección de palabras delata el tipo de vida que ha tenido. Ella es quien debería estar enojada con la vida, no él. Él lo ha tenido todo, ella no.

Lo domina. Ella lo domina a él. Claro, las peleas de él se limitan a unas cuantas palabras altisonantes. Las de ella no. Por eso no me sorprendió lo que siguió.

“…Y no quiero volverlos a ver por aquí. Par de idiotas calientes que no tienen nada mejor qué hacer. Qué vergüenza.” Sus palabras, muy censuradas ahora por mí, le abrieron el telón al acto principal: su escupitajo. ¡Qué falta de moral! Su saliva llegó con destreza a nuestras caras—de una manera que dejaba notar que no era la primera vez—y logró cubrir de rojo la de su pobre hijo, quien, avergonzado, retrocedió un par de pasos hacia la sombra. Él lo notó. Yo me enojé.

“¿Cómo se atreve, estúpida?” Y eso es todo lo que recuerdo de una discusión que sin duda duró varios minutos. Estaba ebria de rabia. No me controlé. Creo que hubo golpes, todo me duele. El niño y él se hicieron parte de una borrosa escenografía que desaparecía según crecía mi rabia.

Después supe lo que pasó con ellos dos, pero no quise preguntar detalles sobre la confrontación. No quiero recordarme así, no me reconozco así. Ellos lo olvidaron, con seguridad los tres. El niño y su madre están notoriamente acostumbrados a este tipo de situaciones, es una lástima. Y él, a él le venía bien una puesta en su lugar. Él se lo buscó. Yo por el otro lado, yo fui sólo testigo hasta que no lo fui. Una cosa llevó a la otra y terminé en una pelea en público con otra mujer. ¿En qué me convertí?

lunes, 6 de septiembre de 2010

Verde

Por fin terminé el primer cuento en la universidad y aquí lo tienen, recién salido del horno: Verde.

No había sido un buen día. Despertó bajo el incesante ladrido del perro de los vecinos. Así que después de tener varios pensamientos asesinos sobre el animal, se resignó a bañarse y empezar su día a inhóspitas horas de la mañana. Tomó una ducha rápida y se arregló para un día sin mucha eventualidad. No leyó el periódico; no quería empeorar su ya sombrío humor. Antes de salir de su casa, echó una mirada a su alrededor. Se preguntó cómo hacía el reloj del horno de microondas para desprogramarse cada vez que él lo ajustaba, cómo le hacía su única planta para mantenerse viva siendo que no recordaba cuándo la había regado por última vez y se preguntó también si algún día pintaría la horrible pared verde que habían dejado los antiguos inquilinos. Terminada la inspección, cerró la puerta con la sensación de vivir en una casa ajena. Subió a su carro y tiró por la ventana el inútil pino verde que colgaba de su retrovisor. Vivía en un buen vecindario que se encontraba en una buena ciudad. Encendió el motor y retrocedió de su cochera. Cuando pasó por la casa del perro que cumplió la molesta función de despertador, le lanzó una mirada de odio profundo. El perro sólo lamió sus partes íntimas y por fin quedó en silencio.
Pan, huevos, jamón, leche y queso. La lista se repetía una y otra vez en su cabeza. Pan, huevos, jamón, leche y queso. Pan, huevos, jamón, leche y queso. En poco tiempo y al ritmo de la música, logró aprenderse los cinco artículos que debía comprar. Qué gran mérito, pensó mientras se estacionaba en el espacio más cercano a la entrada de la tienda. ¿Quién más va al súper a esa hora? Tomó una canasta con la mano izquierda y a paso lento recorrió los pasillos. Su fantasía matutina se materializó al quedar frente a él diferentes venenos para ratas. Imaginó al perro de los vecinos exhalando su último aliento. Tal vez los dueños harían toda una ceremonia. Se imaginó vistiéndose de negro para ir al funeral y diciendo unas palabras sobre qué tan buen can era. Dejó salir una risa y pasó de largo los recipientes letales para continuar con sus compras. Cuando hubo tomado todos los objetos de su lista, se dirigió a la caja para pagar e ir a desayunar y tal vez dormir unos cuantos minutos.
Sólo había una caja abierta, la número siete. Lo notó porque el letrero que lo indicaba parpadeaba una luz blanca. Luz apagada significa la caja está cerrada. Luz encendida significa caja atendiendo. Luz parpadeando, sin embargo, significa fallas técnicas. Asomó la cabeza entre la poca gente para ver al cajero; su cara era un reflejo de la poca idea que tenía sobre el funcionamiento de la registradora. Soltó un suspiro y casi rezaba por una epifanía tecnológica para el joven. Las mujeres que estaban delante de él en la fila comenzaron a entablar una conversación casi al tiempo que su paciencia se acababa. Su diálogo se centró en las hijas de cada una, de qué tan grandes estaban y cómo les iba en la escuela. Una hacía no sé qué cosa muy linda y la otra hacía algo igual de adorable. Cuando una de las mujeres se volteó para incluirlo en la plática, él inmediatamente fingió tener una llamada en su celular. La mujer se dio cuenta de su mala actuación y se volteó soltando alguna interjección de indignación.
Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, la caja volvió a funcionar y las mujeres desaparecieron a la salida de la tienda. Él también salió y emprendió camino hacia su casa. Ya para esta hora, se encontró con el tráfico de padres enfurecidos llevando a sus hijos a la escuela. Respiró profundamente en el semáforo y completó en el doble de tiempo el viaje que normalmente le toma menos de diez minutos. Encendió el radio sólo para apagarlo segundos después cuando escuchó a los locutores hablar sobre “qué hace a una chava interesante para Eminem.” Cuando por fin llegó a su casa, el hombre estaba enfurecido. El molesto tic en su ojo izquierdo indicaba una rabia irracional que sólo puede entender quien sufre de mal humor crónico. Se quedó afuera unos minutos para poder fumar un cigarro y calmar sus ánimos.
Algo verde llamó su atención en el jardín de los vecinos. Pensó que el perro estúpido estaba jugando con algo. No fue sino hasta que escuchó un fuerte alarido de dolor que realmente prestó atención a la escena. Un cocodrilo de buen tamaño había invadido el jardín vecino y en esos momentos cerraba sus fauces en el cuerpo débil de aquel perro tan odiado. Pudo ver su cara de dolor, su lucha inútil por sobrevivir, su cola perdiendo movimiento y sus ojos desaparecer en lo verde del reptil. Sus piernas se doblaron, sintió un miedo inmenso y sorprendentemente, sintió melancolía por el animal asesinado. Se había convertido en parte de su rutina, era fácil odiarlo. Le gustaba odiarlo. No más obtendría placer de imaginar al perro muriendo por una intoxicación a manos de él. Entró corriendo a su casa y cerró su puerta con todas las cerraduras. La pared verde estaba ahí. No pudo más y se echó a llorar. Lloró por el perro al cual minutos antes quería matar personalmente.
Horas después, recibió varias miradas extrañas cuando preguntó si habría funeral.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El día

Hace tres días, ocurrió algo con mi carro: fue golpeado por uno más fuerte, más grande y más poderoso. John Lennon (mi auto), siendo un pequeño Beetle negro, no resistió mucho, y para mi más grande temor, hoy dejó de andar. Eran las 6:30 a.m. y yo ya iba tarde a la escuela. Pasé un tope--escuché ccjjjjjj--, pasé otro tope--el sonido fue más alto. Finalmente, después del tercer golpe, lo sentí: el radiador se había desprendido de John. El humo salía en grandes cantidades del cofre de mi carrito. El pánico se apoderó de mí. Ahí estaba yo, sola a media calle, a punto de perder mi examen de las 7. Me bajé de John y el guardia de la colonia acudió en mi ayuda. El guardia, eventualmente Juan Pablo--a quien yo debía recoger-- y yo orillamos mi carro. Partimos a la escuela, yo con un nudo en la garganta, y el despreocupado por el examen. Llegamos 15 minutos tarde al examen para el cual ninguno de los dos había estudiado. (Estúpida materia Emprendedora). Para terminar, mi carro pasará un largo mes en el taller y yo tendré que sobrevivir de raites. ¡Oh, las rosas del auto! ¡Oh, los buenos momentos!

A veces sólo necesitas

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!


...gritar :)

P.D. Sí, ésta es la primera de muchas entradas.