lunes, 6 de septiembre de 2010

Verde

Por fin terminé el primer cuento en la universidad y aquí lo tienen, recién salido del horno: Verde.

No había sido un buen día. Despertó bajo el incesante ladrido del perro de los vecinos. Así que después de tener varios pensamientos asesinos sobre el animal, se resignó a bañarse y empezar su día a inhóspitas horas de la mañana. Tomó una ducha rápida y se arregló para un día sin mucha eventualidad. No leyó el periódico; no quería empeorar su ya sombrío humor. Antes de salir de su casa, echó una mirada a su alrededor. Se preguntó cómo hacía el reloj del horno de microondas para desprogramarse cada vez que él lo ajustaba, cómo le hacía su única planta para mantenerse viva siendo que no recordaba cuándo la había regado por última vez y se preguntó también si algún día pintaría la horrible pared verde que habían dejado los antiguos inquilinos. Terminada la inspección, cerró la puerta con la sensación de vivir en una casa ajena. Subió a su carro y tiró por la ventana el inútil pino verde que colgaba de su retrovisor. Vivía en un buen vecindario que se encontraba en una buena ciudad. Encendió el motor y retrocedió de su cochera. Cuando pasó por la casa del perro que cumplió la molesta función de despertador, le lanzó una mirada de odio profundo. El perro sólo lamió sus partes íntimas y por fin quedó en silencio.
Pan, huevos, jamón, leche y queso. La lista se repetía una y otra vez en su cabeza. Pan, huevos, jamón, leche y queso. Pan, huevos, jamón, leche y queso. En poco tiempo y al ritmo de la música, logró aprenderse los cinco artículos que debía comprar. Qué gran mérito, pensó mientras se estacionaba en el espacio más cercano a la entrada de la tienda. ¿Quién más va al súper a esa hora? Tomó una canasta con la mano izquierda y a paso lento recorrió los pasillos. Su fantasía matutina se materializó al quedar frente a él diferentes venenos para ratas. Imaginó al perro de los vecinos exhalando su último aliento. Tal vez los dueños harían toda una ceremonia. Se imaginó vistiéndose de negro para ir al funeral y diciendo unas palabras sobre qué tan buen can era. Dejó salir una risa y pasó de largo los recipientes letales para continuar con sus compras. Cuando hubo tomado todos los objetos de su lista, se dirigió a la caja para pagar e ir a desayunar y tal vez dormir unos cuantos minutos.
Sólo había una caja abierta, la número siete. Lo notó porque el letrero que lo indicaba parpadeaba una luz blanca. Luz apagada significa la caja está cerrada. Luz encendida significa caja atendiendo. Luz parpadeando, sin embargo, significa fallas técnicas. Asomó la cabeza entre la poca gente para ver al cajero; su cara era un reflejo de la poca idea que tenía sobre el funcionamiento de la registradora. Soltó un suspiro y casi rezaba por una epifanía tecnológica para el joven. Las mujeres que estaban delante de él en la fila comenzaron a entablar una conversación casi al tiempo que su paciencia se acababa. Su diálogo se centró en las hijas de cada una, de qué tan grandes estaban y cómo les iba en la escuela. Una hacía no sé qué cosa muy linda y la otra hacía algo igual de adorable. Cuando una de las mujeres se volteó para incluirlo en la plática, él inmediatamente fingió tener una llamada en su celular. La mujer se dio cuenta de su mala actuación y se volteó soltando alguna interjección de indignación.
Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, la caja volvió a funcionar y las mujeres desaparecieron a la salida de la tienda. Él también salió y emprendió camino hacia su casa. Ya para esta hora, se encontró con el tráfico de padres enfurecidos llevando a sus hijos a la escuela. Respiró profundamente en el semáforo y completó en el doble de tiempo el viaje que normalmente le toma menos de diez minutos. Encendió el radio sólo para apagarlo segundos después cuando escuchó a los locutores hablar sobre “qué hace a una chava interesante para Eminem.” Cuando por fin llegó a su casa, el hombre estaba enfurecido. El molesto tic en su ojo izquierdo indicaba una rabia irracional que sólo puede entender quien sufre de mal humor crónico. Se quedó afuera unos minutos para poder fumar un cigarro y calmar sus ánimos.
Algo verde llamó su atención en el jardín de los vecinos. Pensó que el perro estúpido estaba jugando con algo. No fue sino hasta que escuchó un fuerte alarido de dolor que realmente prestó atención a la escena. Un cocodrilo de buen tamaño había invadido el jardín vecino y en esos momentos cerraba sus fauces en el cuerpo débil de aquel perro tan odiado. Pudo ver su cara de dolor, su lucha inútil por sobrevivir, su cola perdiendo movimiento y sus ojos desaparecer en lo verde del reptil. Sus piernas se doblaron, sintió un miedo inmenso y sorprendentemente, sintió melancolía por el animal asesinado. Se había convertido en parte de su rutina, era fácil odiarlo. Le gustaba odiarlo. No más obtendría placer de imaginar al perro muriendo por una intoxicación a manos de él. Entró corriendo a su casa y cerró su puerta con todas las cerraduras. La pared verde estaba ahí. No pudo más y se echó a llorar. Lloró por el perro al cual minutos antes quería matar personalmente.
Horas después, recibió varias miradas extrañas cuando preguntó si habría funeral.

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