martes, 7 de septiembre de 2010

Las Cosas de la Vida

Una cosa siempre lleva a la otra. Es lo que dicen. Y es lo que pasa. Éramos dos, besándonos. Sólo eso, apenas eso. Yo no escuchaba nada más.

No era amor, al menos aún no, aunque dudo si alguna vez lo sería. De repente algo me saca de mi trance. No es algo bonito ni sutil, pero pasa. Porque siempre pasa algo. Él se levanta, enojado. Le han quitado el protagonismo y ahora mi atención no es para él. El causante de la interrupción se mantiene al margen, tiene miedo, y mi compañero no hace más que infundirlo.
“Fue un accidente. No es que el niño haya querido pegarme con la pelota.”

No entiende razón. ¿Cómo le van a hacer esto a él? Esto ya no se trata de mí. El mundo se confabula en su contra, y gritarle a un niño de ocho, tal vez nueve años, es su versión de la justicia. Me aburre su discusión, los dos son inmaduros: cuál más, es difícil decirlo. Por fin llega un adulto maduro—o eso creía yo. A ella le importaba lo suficiente como para involucrarse. La madre del niño se ve enfurecida, no tiene mucha clase y su elección de palabras delata el tipo de vida que ha tenido. Ella es quien debería estar enojada con la vida, no él. Él lo ha tenido todo, ella no.

Lo domina. Ella lo domina a él. Claro, las peleas de él se limitan a unas cuantas palabras altisonantes. Las de ella no. Por eso no me sorprendió lo que siguió.

“…Y no quiero volverlos a ver por aquí. Par de idiotas calientes que no tienen nada mejor qué hacer. Qué vergüenza.” Sus palabras, muy censuradas ahora por mí, le abrieron el telón al acto principal: su escupitajo. ¡Qué falta de moral! Su saliva llegó con destreza a nuestras caras—de una manera que dejaba notar que no era la primera vez—y logró cubrir de rojo la de su pobre hijo, quien, avergonzado, retrocedió un par de pasos hacia la sombra. Él lo notó. Yo me enojé.

“¿Cómo se atreve, estúpida?” Y eso es todo lo que recuerdo de una discusión que sin duda duró varios minutos. Estaba ebria de rabia. No me controlé. Creo que hubo golpes, todo me duele. El niño y él se hicieron parte de una borrosa escenografía que desaparecía según crecía mi rabia.

Después supe lo que pasó con ellos dos, pero no quise preguntar detalles sobre la confrontación. No quiero recordarme así, no me reconozco así. Ellos lo olvidaron, con seguridad los tres. El niño y su madre están notoriamente acostumbrados a este tipo de situaciones, es una lástima. Y él, a él le venía bien una puesta en su lugar. Él se lo buscó. Yo por el otro lado, yo fui sólo testigo hasta que no lo fui. Una cosa llevó a la otra y terminé en una pelea en público con otra mujer. ¿En qué me convertí?

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